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Si sufres, ¿cómo vas a olvidar?”
No me extraña que
“Patria” (Tusquets, 2016) de Fernando Aramburu sea una de las sensaciones
literarias más importantes del último año. Una lectura recomendable,
indispensable, para todos los españoles, vascos o no, nacionalistas o no; la
que debería incluirse, dado el “caprichoso”, y bajo, nivel actual, en la lista
de lecturas obligatorias en las escuelas, ikastolas también, sobre todo, para
conocer y comprender, para no olvidar, la verdad de un tiempo. Narración inolvidable.
648 páginas que saben a poco, y eso que a mí, amante de la prosa elaborada y
adjetivada, me cueste admitirlo por su simplicidad narrativa y, justo
reconocerlo, adecuada al argumento. Una novela que está más allá de su universo
de papel, la que remueve la conciencia, la que se siente, la que te deja tocado
y hace pensar. El análisis de una memoria, 40 años del llamémosle “conflicto
vasco”, a través de un amplio mosaico vital, desgarrado, deshecho por el
fascismo, la sinrazón del terrorismo, el fanatismo independentista y la
represión. Una sucesión de personajes ficticios, con una base muy real,
sometidos a los extremos existenciales: amor-odio, marginación-inclusión,
comprensión-incomprensión, resentimiento, olvido, sufrimiento, decepción…
arrastrados por el sinsentido de la violencia, de lo separado, de lo exclusivo
y excluyente, cerrado, seres rotos que sobreviven para no olvidar, para
encontrar una razón, una lógica, un porqué, con los que recomponer los
numerosos trozos en que los convirtió un absurdo político, en la exigencia de la
concordia y a través de una sola palabra: perdón.
“Es
el tributo que se paga para vivir con tranquilidad en el país de los callados”
“El día en que ETA
anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle
a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha
decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la
acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia?
¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido,
cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la
presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de
su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un
terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori. ¿Qué pasó
entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado la vida de sus hijos y sus maridos
tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones
inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de
sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte del Txato, nos habla de
la imposibilidad de olvidar y de la necesidad de perdón en una comunidad rota
por el fanatismo político.”
“Su
predicción agorera sobre el futuro de Joxe Mari ahora que está en búsqueda y
captura: o le explota una bomba mientras la transporta o la manipula, y tenemos
funeral con ataúd envuelto en la ikurriña, danza tradicional y el resto del
programa folclórico, o lo pillan las fuerzas de seguridad en cualquier momento.
Esto último sería lo mejor para todos: para sus víctimas potenciales, que
salvarían el pellejo; para sus parientes, porque sabríamos que donde lo van a
encerrar no causará daño ni correrá peligro, y para él mismo, que así conocerá
la soledad que ayuda a los hombres a volverse serenos y reflexivos”
Literariamente, esta
extensa novela no guarda una estructura cronológica lineal, sino emocional, asemejada
a la unidad de los cuentos en los que, para crear mayor atención y dinamismo,
juega con los tiempos, pasa de tercera persona a segunda, o a primera, y
viceversa; juega con los tiempos verbales, de manera genial y atemporal, sin
artificios. Un centenar de capítulos cortos y rápidos protagonizados, en
tercera persona, por uno de sus personajes, singularizados, en las perspectivas
de un caleidoscopio diáfano, honesto; los que retroceden, avanzan, vuelven al
pasado, al presente… como si su desarrollo fuese un continuo giro, un continuo
movimiento en torno a esos intensos contextos históricos, dramáticos, lo cual
permite, reitero, un mayor dinamismo y emoción de los hechos y de sus
personajes. Un desorden matizado por sus diferentes aspectos, perfilado con un
lenguaje coloquial, con localismos y voces en euskera. Me ha encantado, y
asombrado, las interrogantes inesperadas para acentuar o concretar un hecho,
sentimiento o descripción; asimismo, las alternativas, no excluyentes,
complementarias, las que Aramburu separa con barras y del tipo “presentía/deseaba”,
“se indignó/inquietó” … Juegos narrativos que, por su innovación y frescura, son
de agradecer.
“-¿Cómo?
¿Tú has tenido ideas políticas? Gorka no puede menos de sonreír. ¡Qué puñetera!
Y se defiende: - Cada cinco meses me viene una; pero se me pasa enseguida”
Argumentalmente, esta
novela no circunscribe el “conflicto vasco” a los asesinatos y al terror
impuestos por la banda terrorista ETA, asimismo a la incomunicación, al
ambiente enrarecido y alejado en el que se imbuyó el País Vasco, especialmente
en las poblaciones más pequeñas, generando el antagonismo fratricida, el
recelo, el enfrentamiento y odio entre vecinos por un fanatismo analfabeto y
cruel. Con una concreta semblanza de esos años a través de dos familias,
Aramburu traza un perfecto escenario, afectivo y emocionante, entre las dos “aimas”
de estas: la mujer de un empresario asesinado al que se le reclamaba el
“impuesto revolucionario”, y la madre de un terrorista, en la intriga de una
reconciliación de la que no voy a decir nada y por no hacer “espoiler”, y
aunque no haya misterio, sino realidad. El retrato de un mundo dividido. Un
retrato exhaustivo de detalles, asombrosos, trágicos, tristes: atentados,
víctimas y sicarios, familiares de unas y de otros, amenazas, acoso, vacío al
que sometía el chantaje ideológico nacionalista, fascista, los escenarios
urbanos, erriko tabernas, cárceles, Itxaurrondo, la iglesia farisea pro
terrorista, historia, GAL, crímenes reales (Gregorio Ordóñez), amnistía,
arrepentimiento…
“-
Así me lo dijo. Que no vaya al pueblo para no entorpecer el proceso de paz. Ya
lo ves, las víctimas estorban. Nos quieren empujar con la escoba debajo de la
alfombra. Que no se nos vea y, si desapareceremos de la vida pública y ellos
consiguen sacar a sus presos de la cárcel, pues eso es la paz y todos tan
contentos, aquí no ha pasado nada. Dijo que ha llegado el tiempo de que nos
perdonemos los unos a los otros. Y cuando le pregunté a quién tengo yo que
pedir perdón, respondió que a nadie, pero que por desgracia yo era parte de un
conflicto en el que estaba implicada toda la sociedad, no solo un grupo de
ciudadanos, y que no se puede descartar que aquellos que deberían pedirme
perdón, a su vez esperen que otros les pidan perdón a ellos. Y como esto es muy
difícil, el cura cree que lo mejor es que, ahora que no hay atentados, la
situación se calme y que termine la crispación y vayan aminorando con ayuda del
tiempo el dolor y los agravios”
Los personajes están muy
bien definidos, conocemos cada pormenor de sus vidas, numerosos por la
extensión de la novela, lo cual permite al autor elevarlos como perfectos
prototipos no ya de las condiciones humanas afectadas por contextos dramáticos,
sino de las diferentes sensibilidades de la sociedad vasca mediatizada por tan
intensos momentos históricos de violencia, oculta y directa, de silencios,
todos. Personajes de los que ignoramos sus apellidos, solo sus nombres, o sus
apodos, como el Txato, la víctima, Joxian, el amigo y cobarde, las dos ama de
casa, las dos “etxekoandreak”, Miren y Bittori, los cinco hijos, Xavier y
Nerea, Gorka, Arantxa, (probablemente uno de los protagonistas más emotivos y
conseguidos, no solo por su postración y lucha, por su ictus), y Joxe Mari, el
etarra. “Pues que le parecía que, más que
enterrar al Txato, lo estaban escondiendo”.
“A
los violentos les encantaría que todos participáramos en su juego. Así tendrían
pruebas de esa guerra que solo existe en sus cabezas”
Con un estilo peculiar
que no ahonda, ni sojuzga, que mantiene una imparcialidad muy difícil pero
conseguida, ajena a la política de cualquier signo, centrada en los hechos, en
los sucesos, en los comportamientos, en el dolor, la injusticia, la traición,
la amistad, el antagonismo de las dos caras de la sociedad vasca en torno a los
valores de la unidad familiar en el medio… e invitando a que sean los lectores
quienes juzguen, quienes opinen, y tras conseguir lo más arduo: remover su
conciencia. Todo en la necesidad, en el mensaje perentorio en pos de la
conciliación, del perdón para cerrar las heridas. ¿Se conseguirá? Ahí lo dejo,
lean, y luego valoren. Un trozo de vida. Un trozo de historia.
“-ETA
debe actuar sin interrupción. No le queda otro remedio. Hace tiempo que ha
caído en el automatismo de la actividad ciega. Si no hace daño, no es, no
existe, no cumple ninguna función. Este modo mafioso de funcionamiento está por
encima de la voluntad de sus integrantes. Ni siquiera sus jefes pueden
sustraerse a él. Sí, bien, toman decisiones, pero eso es solo aparente. En
ningún caso pueden no tomarlas porque la máquina del terror, una vez que ha
cogido velocidad, no se puede detener. ¿Me entiendes? –Nada.”
Una novela
imprescindible.
“Nos
esforzamos por darle un sentido, una forma, un orden a la vida, y al final la
vida hace con una lo que le da la gana”
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